En una ocasión la presidenta de Laureles determinó que iba a cumplir fielmente con su responsabilidad de activar a una de las jovencitas, aunque las hermanas líderes pensaban que su trabajo iba a ser en vano; el obispo le había dicho que por problemas en el hogar y por otras razones, había muy pocas posibbilidades de que ella pudiera asistir a las reuniones; las otras chicas de la clase se burlaron de ella cuando supieron que una de sus metas como presidenta era la de reactivar a aquella joven.
Aún así, tomó la determinación de ser amigable con ella; y con la ayuda de una vecina, comenzaron a saludarla cada vez que la veían y a conversar con ella durante algunos minutos.
Después, empezaron a buscar motivos para visitarla; se dieron cuenta de que había sido seleccionada como miembro de una de las asociaciones de estudiantes más importantes de la escuela a la cual asistía.
La presidenta de la clase de Laureles le escribió una notita y le envió una flor para felicitarla.
Durante unos tres o cuatro meses las jovencitas siguieron adelante con su plan y, por fín, un domingo, ella aceptó la invitación de asistir a la Escuela Dominical; la próxima semana también asistió y además decidió ir a la reunión de las Mujeres Jóvenes.
El valor y la fe de la presidenta de Laureles influyó para que otra chica de su edad diera los primeros pasos para reactivarse en la Iglesia.
Liahona junio 1981 pag 38-39
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