viernes, 4 de noviembre de 2011

Un buen samaritano en Méjico

Una noche, a fines del invierno, mi amigo Dick Lambert me llamó por teléfono. Pensaba ir a la Ciudad de Mexico con Mary, su esposa, y los cinco hijos de ambos, cuatro varones y una niña, todos menores de trece años. Nosotros habíamos hecho el mismo viaje el año anterior, y quería hacernos algunas preguntas.
Cuando la primavera ya había empezado a pintar los primeros trazos verdes en nuestro valle, los Lambert salieron en su auto rumbo al sur, en dirección a México. las dos semanas siguientes transcurrieron en una tierra de fantasía, llena de hermosos paisajes. Por todos lados veían laboriosos burritos, hombres con grandes sombreros de paja y mujeres con sus coloridos chales.
Contemplaron los bueyes tirando del arado en los campos, las antiguas pirámides y los modernos rascacielos de la ciudad con sus paredes de cemento, metal y vidrio. Toda la estadía fué una fiesta para los ojos.

Luego llegó el momento de emprender el regreso. Las risas de los niños resonaban en el auto, que esta vez iba en dirección norte. Habían comprado objetos de recuerdo: bonitos cinturones y carteras de cuero, y muchas otras cosas. Se dirigían hacia Lagos de Moreno, a casi 500 Km al norte de la ciudad de México. Los rodeaban las suaves colinas de la pradera mejicana, mientras un sol cálido les sonreía. Mary manejaba en esos momentos.
El auto se acercó a una intersección de caminos. Los letreros estaban en castellano, y la conductora, en su afán por entenderlos, se distrajo por unos segundos. El coche se precipitó fuera de la carretera, giró sin control, y luego dió tres vueltas.
Después se detuvo, otra vez sobre las ruedas, como un montón de chatarra. Debajo estaba Dick; había perdido el sentido, tenía la naría y un pie fracturados, cinco dientes rotos y el cuerpo todo magullado. Mary había salido despedida del coche, pero sólo tenía cortes y contusiones. Chris, el menor de los niños, también había sido lanzado fuera y yacía inconsciente. Los otros cuatro todavía estaban en el auto, pero no tenían heridas graves.
Casi inmediatamente después del accidente, pasó por allí un ómnibus lleno de gente. Algunas personas trataron de socorrer a los accidentados, y con la ayuda de otro automovilista, de una ambulancia y un camión, la familia fué conducida a Lagos para recibir tratamiento en el puesto de la Cruz Roja.
Sólo quedaba en el lugar aquel montón de hierros que había sido el auto de los Lambert.
Un poco más tarde, un matrimonio mejicano de edad mediana pasó en su auto por la escena del accidente. El hombre era bajo y robusto, tenía pelo canoso y ojos oscuros y vivaces. Llevaba pantalones livianos y una camisa deportiva de manga corta. Su nombre era Edmundo Martínez G., y era dueño de una pequeña fábrica de helados en Guadalajara, la segunda ciudad de México, que quedaba a unos 160 Km de aquel lugar. En esos momentos, él y su esposa se dirigían de regreso después de haber estado en la Ciudad de México.
El señor Martínez apretó el freno al ver el auto accidentado; no había duda de que alguien tenía que haber resultado malherido, o quizás muerto, en el accidente. Inmediatamente notó la placa de los Estados Unidos en el auto, lo cual le hizo pensar en otro aspecto trágico de las circunstancias: Si el dueño del auto estaba vivo, indudablemente se las vería en dificultades-- grandes dificultades-- con la aduana y con el idioma, pues la ley mejicana era muy estricta con los turistas que habíendo  entrado en un automóvil salieran sin él.
Edmundo Martínez había trabajado para la fábrica automovilistica Ford, en la ciudad de Detroit, estado de  Michigan, y sabía ingles. Aunque tenía asuntos urgentes que atender en Guadalajara, pues se acercaba la Semana Santa en la cual había mucho movimiento comercial por el turismo y su negocio trabajaba más que nunca, tomó la ruta que conducía a Lagos, en lugar de continuar en dirección a su casa.
Tal como esperaba, encontró a los Lambert en el puesto de la Cruz Roja. Allí reunió a los niños, los metió en su coche y los condujo a un hotel. El pequeño Chris todavía estaba inconsciente. Martínez alquiló un cuarto y los dejó con su esposa, que no sabía nada de inglés, mientras que él regresaba a la clinica. Después que terminaron de suturar las heridas de Dick, llevó al matrimonio Lambert al hotel, donde hizo servir la cena a toda la familia. Luego les dijo:
Nosotros nos quedaremos en el cuarto de al lado. Llámenme si necesitan algo durante la noche.
Al día siguiente, Martínez fué hasta León, a más de 50 Km de distancia, donde pagó la multa de los Lambert por el accidente, Después, él y su esposa eunieron lo que quedaba en el auto, pusieron todo en cajas y las enviaron por encomienda a Guadalajara. Esa noche, él llevó a todos en el auto a su ciudad. En el asiento de delante, con él y su esposa, iba Kent, el niño de seis años de los Lambert. Los chicos iban cantando himnos de la Iglesia todo el camino. Pero Chris seguía sin recobrar la consciencia.
Al llegar a Guadalajara, Martínez hizo arreglos para alojarlos en un hotel, y a la mañana siguiente fue a buscarlos y llevó al hospital a los cuatro que todavía necesitaban atención médica. La recuperación de Chris y los hermosos árboles de jacarandá con sus perfumadas flores color lila les hicieron más alegre el camino.
Los Lambert tuvieron que quedarse cinco días en Guadalajara, pues hubo necesidad de hacer una intervención quirúrgica a Chris y de enyesar a Dick. El señor Martinez estaba siempre a la disposición cuando lo necesitaban, ya fuera en persona o por teléfono; se encargó de llevar a la tintoreria la ropa que había que limpiar, dedicó casi dos días enteros a arreglar asuntos legales con la aduana y diariamente llevaba helado para toda la familia.
La noche anterior a la partida de los Lambert, su nuevo amigo los visitó en el hotel. Antes de despedirse, puso en la mano de Dick $48 dólares estadounidenses y $200 pesos mejicanos.
 "No quiero que se vean en dificultades para llegar a su casa-- les dijo.
Es interesante notar que en ese momento él mismo estaba pasando dificultades en su negocio por problemas del equipo de refrigeración.
Mary Lambert fué la última persona de la familia que se despidió de Edmundo Martínez. Lo acompañó hasta el ascensor del hotel y, con lágrimas en los ojos y haciendo esfuerzos por disimular su emoción, le dijo:
 "- Señor Martínez, yo sé que nunca podremos pagarle lo que ha hecho por nosotros, pero quisiéramos reemblosarle los gastos que le hemos ocasionado. ¿Cuánto dinero le debemos?.
 " No me deben nada, señora- le respondió él- Bastará con que nos recuerden en sus oraciones. Nada más.
Y con esta palabras , se retiró.
El mismo día que los Lambert llegaron a casa. Dick le envió un cheque a su amigo de México.
Más adelante, recibieron una carta de él. Todavía estaba haciendo arreglos legales y firmando papeles de la compañía de seguros y otros asuntos relacionados con ellos. " Mi esposa envía su afecto a toda la familia. Hola, Kenny. No te olvides de tu amigo"
¿ Cómo podría nadie olvidar a un amigo como Edmundo Martínez?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario