Conocí a un jovencito de catorce años de edad, que ya se había destacado como un gran jugador de tenis. Había ganado todos los torneos de su categoría disputados en una zona geográfica que abarcaba varios estados, llegando a las semifinales de uno muy importante que se llevaría a cabo en una ciudad distante.Al llegar al lugar donde se efectuaría el torneo, se dio cuenta de que su partido estaba programado para el día domingo. Se dirigió a los encargados y les dijo que él no jugaba al tenis los domingos; ellos le indicaron que si deseaba participar en el torneo, tendría que jugar ese día, a lo cual él respondió que no lo haría; aunque sabía que así perdería el partido por no haberse presentado.
Pero sucedió que debido a la lluvia, los partidos del domingo tuvieron que suspenderse, y el joven jugó el lunes y ganó.
Junto con los demás finalistas se dirigió en ómnibus a otra ciudad para competir en los partidos finales del campeonato de toda la región de la costa Este de los Estados Unidos. Llegaron a su destino el domingo; y el entrenador les indicó que tan pronto como les fuera posible, fueran a las canchas de tenis para practicar. El jovencito no se presentó en las canchas; y al darse cuenta de ello, el entrenador le preguntó la razón por la cual no estaba practicando. Ël le respondió: " No juego ni practico los domingos porque soy mormón".
"Me supongo que lo que más deseaba era ganar el campeonato, y, sin embargo, había tomado la determinación de observar fielmente el día de reposo, pues para él esto era más importante que ser campeón de tenis. Como se puede observar, este joven se conocía bien, tenía el valor y la integridad de vivir de acuerdo con los principios que se le habían enseñado, y tomó sus decisiones sin dar importancia a las presiones sociales.
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