jueves, 15 de septiembre de 2011
La abeja
En una ocasión, una abeja salvaje que había bajado de las colinas cercanas entró en la habitación en la cual yo me encontraba.
Durante una hora o más, y a intervalos regulares, disfruté del zumbido de su vuelo.... Cuando estaba listo para salir, me dí cuenta de que si la abeja permanecía allí moriría en la habitación a causa del encierro: por lo tanto, traté de guiarla para que saliera.
Traté inutilmente de sacarla, para que quedara libre y sin peligro, pero cuanto más trataba de lograrlo, tanto más se empecinaba y se resistía a mis esfuerzos.
Por último terminó por picarme la mano, precisamente la que utilizaba para dejarla en libertad.
Por fín se posó en un colgante, totalmente fuera de mi alcance, ya fuera para ayudarla a salir o para atraparla.
El agudo dolor que desagradecidamente su aguijón dejó en mi mano, en lugar de despertar mi ira, me daba pena. Yo sabía cuál sería el inevitable castigo a su errada oposición y desafio, pero tuve que dejarla a su suerte.
Días más tarde volví a la habitación y la encontré muerta sobre el escritorio, había pagado su porfía con la vida.
Talmage pag. 29-30
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